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domingo, 7 de febrero de 2010

423 COMENTARIO ANTONIO TOSCANO 07-02-2010



EL VERDUGO

CHARLES HENRI SANSON


Charles Henri Sanson era hijo, nieto y bisnieto de verdugos, más él, llegada su juventud tomó como oficio la milicia. Lógico es que su familia fuera repudiada, maldecida, tomada como un mal detestable aunque en cierta forma necesario. Más aunque fuera una tradición familiar su nefasta actividad, para ellos siempre fue un estigma duro de soportar. La discriminación de los vecinos y la pesadumbre y malhumor que llegaba a la familia tras cada ejecución, era algo muy difícil de sobrellevar. Por ello Sanson detestaba el oficio.


En cierta ocasión, corriendo el año de 1688, Sanson fue sorprendido por el maestro Jouënne en una vergonzosa actitud pecaminosa con la hija de este, Mademoiselle Margarita. Su coraje tomó enormes proporciones, porque aquél nefasto sujeto era el último que se le antojaría como esposo de su amada doncella. Más tuvo que acceder malhumorado a precipitar el matrimonio. Y como la afrenta era demasiado grave, el maestro exigió como condición que Sanson heredara la antiquísima profesión de verdugo en la ciudad de París. Fue así como nuestro personaje, adquirió sin desearlo mujer y nuevo oficio.
El trabajo, aunque detestable, era bien remunerado. Su sueldo provenía de una cuota que se le exigía “en género”, a los comerciantes, los campesinos y otros miembros de la sociedad.


Charles Sanson aprendió bien el oficio debido a su experiencia como militar. Era bastante diestro decapitando con la espada, pero también había adquirido una singular eficacia en la tarea de administrar las torturas y los suplicios
Sabía arrancarle el labio superior a los blasfemos, quemar a fuego lento a las meretrices, arrancar la lengua a los mentirosos, amputar las manos a los ladrones, fustigar a los pecadores, herrar como ganado a los desertores o flagelar a los menores de edad que habían incurrido en delito grave.
Semejantes medidas disciplinarias solían aplicarse en presencia del público. Y esto jamás logró agradarle. Cada vez que se requería de sus servicios, renegaba de la suerte que le había tocado. Estaba harto de los desprecios, de una sociedad que le maldecía a la vez que le exigía eficacia en su trabajo. Era una situación que cada vez le resultaba más insoportable.


Su primera responsabilidad como verdugo titular la cumplió a los 39 años, más exigió a las autoridades que se le tratara con dignidad. “Si los verdugos somos una vergüenza, no deberíamos de existir- reprochó a los mandatarios- Y si somos necesarios, que por favor se nos trate con el respeto de tales.”
El ser verdugo le permitió a Charles un buen cúmulo de riquezas, ya que cegó la vida a 2.918 personas. De ellas, 370 mujeres, como Maria Antonieta, mientras que 2.548 eran hombres, como Danton, Robespierre y Luis XVI.


Sanson conoció al rey Luis XVI abril de 1978, cuando tuvo la oportunidad de irse a quejar ante él por una drástica disminución de las ejecuciones que le había colocado al borde de la bancarrota. No tenía dinero para liquidar sus deudas, y el rey, en un gesto de benevolencia, le concedió al verdugo un período de inmunidad de seis meses, que servía esencialmente para preservarlo de la Policía, la justicia y de sus abundantes acreedores. Después las cosas se mejoraron con la cuota que le exigieron a los comerciantes y de la cual ya les comenté anteriormente.


La segunda ocasión en que se encontraron el rey y el verdugo, fue cuando el monarca manifestó cierta disconformidad en el funcionamiento de la guillotina. Convocó a una reunión a la cual asistió el creador de la misma, Joseph Ignaz Guillotin, así como el maestro encargado de patentarla, y el propio Charles Henri Sanson, como especialista en decapitaciones. El rey manifestó su discrepancia en que la cuchilla fuera recta, por lo cual se decidió por una cuchilla oblicua que al parecer sería más eficaz. El constructor de la guillotina accedió a la petición y decidió hacer un nuevo diseño.


Sanson simpatizó con el monarca. Lo consideraba sabio y benévolo y le guardaba profundo respeto, admiración y gratitud.
Más la vida da giros inesperados y el monarca cayó, tras una revuelta política, fue hecho prisionero y sentenciado a morir en la guillotina. Nunca como entonces Sanson maldijo su profesión. Anhelaba que los partidarios del rey lograran su liberación y se anulara la sentencia de ejecución, más esto jamás sucedió.


Cuando el rey subió al patíbulo, Sanson temblaba como un principiante. Más el rey mostró gran entereza. Intentó el monarca pronunciar un discurso. Más el verdugo condena tuvo que indicarle que aquello no era permitido. Así que se dejó conducir hasta el lugar donde fue atado, desde donde exclamó con voz muy alta. “Pueblo de Francia, muero inocente”. Después se dirigió a su verdugo y acompañantes para decirles: “Caballeros, soy inocente de todo cuanto se me acusa. Desearía que mi sangre sirviera para consolidar sobre ella la felicidad.”


El rey fue sometido a la vergüenza que suponía raparle el pelo por el ayudante del verdugo. Había 100,000 personas contemplando la escena, casi en total silencio, aunque de vez en cuando surgía un grito aislado solicitando la ejecución inmediata.
Poco antes de caer la cuchilla, el sacerdote que lo había asistido, dijo al rey: “Hijo de San Luís, mirad al cielo”. Sanson le acomodo lo mejor que pudo para levantarle un poco la cabeza y luego cayó la navaja de la guillotina cercenando de tajo la cabeza. El monarca había probado en sí mismo la eficacia de su idea.
Aquella noche Sansón regreso a casa abatido. Su mujer le esperaba con la mesa servida. Era su aniversario de bodas y había preparado algo especial, más el verdugo no quiso probar bocado. En aquél momento sentía que también él debía de ser condenado a muerte.

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